La casa a la que llegamos en Matugga era sencilla, construida con sólidos materiales por el ingeniero y fundador del proyecto, el Sr. Kayemba Kalema. En el vecindario habían pocas casas así, la mayoría eran casas que se estaban cayendo y algunas con estructuras muy débiles, tipo chabolas, y hasta con paredes de barro. La casa tenía un amplio terreno en su parte delantera de tierra y un pequeño sector con césped, y detrás más de lo mismo y algunos arboles de aguacates y plátanos.

Al entrar por la puerta principal, nos recibió una sala de estar amplia y cómoda con sillones marrones muy anchos y confortables sobre un piso de baldosas. A pocos metros estaba el comedor, donde compartimos las comidas en una mesa empolvorada arrinconada a la pared, con sillas de madera de diferentes estilos. Esta parte del comedor no tenía baldosas ni cemento, sino tierra. Ellos acostumbraban a entrar por la cocina, que era una especie de garaje que conectaba con el comedor, y al pasar por el comedor se quitaban los zapatos y andaban descalzos por el salón y la zona de las habitaciones.

La cocina, ubicada a un lado, tenía también suelo de tierra y una pequeña estufa de carbón sobre la que Doreen cocinaba a diario. No había muebles, ni cocina, ni pica para lavar los platos, solo una esterilla donde ella colocaba los alimentos y los utensilios. En la casa no había tuberías de aguas, por lo que tanto en la cocina, como en el baño, todo se tenía que hacer buscando galones de agua en un grifo de agua que había en el jardín.

El baño, era con letrina y una cubeta que se llenaba con agua para asearnos. Cada día, uno de los chicos o nosotras mismas, llenábamos los galones de agua y los traíamos dentro para llenar esta cubeta.

Nuestra habitación tenía una litera, Livi dormía arriba y yo abajo. Había una gran ventana cubierta de una cortina que sostenían 2 ganchos. De noche, nos pedían de cerrar las ventanas porque solían haber ladrones que con largos palos con ganchos robaban las cosas de dentro de la casa.