Hope Children's Foundation
Un sábado de oración
La familia anfitriona era muy religiosa, adventistas. Cada noche nos pedían unirnos a ellos en el salón para leer la Biblia, discutirla, cantar y rezar. Sentía que su religión era su gran soporte, era quien les salvaba de mantener la fe y la esperanza, y lo más bonito era ver cómo agradecían de corazón lo que tenían.
Para los adventistas el sábado es su día de descanso, en lugar del domingo, y ya desde el viernes se están preparando para las horas sagradas del sábado. Para santificar el sábado, se abstienen de actividades laborales en dicho día, y por eso, ya desde el viernes preparan toda la comida para el sábado, ordenan la casa, lavan y hacen todo los preparativos para no hacer nada el sábado y poder dedicarle ese día solo a la Iglesia.
Para mí ese exceso de devoción y dedicación me abrumaba un poco. Yo fui criada como católica, y fui a un colegio de monjas, pero en casa sólo íbamos a misa los domingos, que duraban poco menos de 1 hora.
Nuestros anfitriones insistieron en que debíamos acompañarles a su iglesia aquel sábado, nos contaban con gozo y entusiasmo que era un día muy especial pues le dedican más de 8 horas a ir a la Iglesia y a compartir con su gente durante todo el día.
Llegó el sábado y Livi y yo les acompañamos. Durante las primeras horas aquellas personas se reunieron en el exterior de la iglesia en pequeños grupos y leían y comentaban algunos versículos de la Biblia. Luego todos fuimos dentro de la iglesia y nos sentamos en las banquetas para escuchar a la mujer que hablaba y predicaba. El problema fue que aquellas personas solo hablaban en luganda, por lo que no nos enteramos de absolutamente nada y además el calor era sofocante.
A las 4 horas de estar allí, la pequeña de la casa Mimi, ardía de fiebre. Doreen; su madre, estaba preocupada pues la niña ya llevaba un par de días enferma. Decidimos dejar la celebración e ir en una furgoneta al ambulatorio más cercano que quedaba sobre la carretera principal. Hacía mucho calor y aquel viaje en la furgoneta llena de gente se me hizo eterno y angustiante.
Al llegar al centro, 2 chicas atendieron a Mimi y le diagnosticaron malaria, sin hacerle ningún tipo de analítica. En aquel lugar no habían mas que 2 camillas, pero he de decir que estaba limpio y era espacioso. Volvimos a casa con la pequeña después de que Doreen y Steven le compraran algunos medicamentos a la pequeña allí mismo en el ambulatorio. En Uganda la malaria es una de las principales causas de mortalidad, y por eso nos preocupaba el estado de la niña, que apenas tenía un par de años.
La niña empeoró y al día siguiente la madre la llevó al hospital, que quedaba a 1 hora aproximadamente de casa en furgoneta. Pensar en la angustia de esta madre y el estado de debilidad de la niña nos estremecía, además de ver cómo batallaba esa gente para poder recurrir a una asistencia médica y poder llegar a ella.
Estuvieron 2 días en el hospital, y al final le diagnosticaron una infección pulmonar. Gracias a ese diagnóstico, le dieron la medicación correcta y a los pocos días la niña empezó a recuperarse. Aquel sábado fue para no olvidar.